sábado, 22 de enero de 2011

El tiempo mata con cariño I

Si bien es cierto que nunca he podido ver una muestra en la Cinemateca completa, muchas veces lo he intentado. Hay veces en que sin saberlo llegamos a la película buena, uno de esos raros momentos en que tu tiempo de sobra coincide con la función adecuada, y después unas cuantas coincidencias más te ayudan a sacarle más y más provecho a la película. Tal es la magia, y el objetivo que toda producción debería potenciar.

Este mes en la sala del Celarg, de la Cinemateca, se volvieron realmente locos: 44 largometrajes y 13 entre mediometrajes y cortometrajes. ¡Dios mío, qué tiempo puede tener uno para ver todo eso! Y lo peor de todo es que este mes realmente quisieron demandar tu atención, y además con la universidad y en plena temporada de premios, realmente esto es estresante. Hay tanto que ver y tan poco tiempo… parecería que dormir es un crimen. Sólo pensar que mientras duermes otros se te están adelantando del otro lado del mundo es aterrador. Quedarse atrás y rezagado es la nueva imagen del infierno en medio de nuestra Globalización. Y he aquí la cuestión, sabemos que el tiempo corre y no perdona, que el dinero no duerme y que cada año que pasa envejecemos más temprano. Ahora llegar a los 30 es viejo; sí, estamos retrocediendo en el tiempo, sólo que en la época de Cervantes la gente vivía hasta los 45, así que es lógico que a los 30 seas viejo. Pero ahora vivimos hasta más de 100 años (mi abuelo pensaba que las hormonas del pollo tienen algo que ver en esto, que viejito tan lindo, vivió 95 años) y sin embargo la fama empieza temprano. Es muy difícil no pensar esto cuando lees en las biografías que los prodigios comenzaron temprano, todo temprano: las niñas que no aprenden ballet de niña no sirven; los pianistas que no tocan desde los 6 no llegan a grandes; y que puede quedar para alguien que no termina de terminar una carrera rápida de apenas cuatro años.

El tiempo, es una cosa más a la que le tengo terror. De repente me veo a mí mismo como lleno de muchos terrores, y quienes me conocen deben notarlo, ¿o no? Algún día me lo dirán. Sobre mí he puesto una muralla y eso me hace una persona complicada y estresante, y sólo a punta de paciencia se me puede conocer bien. Me gusta el cine porque me da la oportunidad de ver sin ser visto, de ahí el nombre algo más que voyeurismo que usamos al principio, soy un flâneur. Y no quiero ser más sólo eso, entrar a una función y pensar en lo fabuloso que sería haber hecho eso que escudriño en la oscuridad. Me siento como el James Stewart de La Ventana Indiscreta, anhelante pero inválido. Ahora sé por qué Liz Lemon me habla, al igual que ella lo quiero todo, pero todo no viene gratis; maldición, por qué habrán inventado esa estupidez de ganarse la vida. Un nuevo curso de la Escuela Nacional del Cine empezará este febrero, se ve completo, apasionante y retador, pero no estaré en él, antes debo primero graduarme de mi carrera original, lo que implica esperar todo un año para poder aplicar; que horror más tiempo todavía… pero no importa. Un año es tiempo necesario para estar listo y prepararse; por desgracia el tiempo tiene también su burocracia. Lo importante es salir de la cobija de la vida pasiva; sentirse como una linterna de día o una fuga de gas sin ninguna chispa que la prenda, es sentirse sin ninguna importancia, un alto precio a pagar por no haber cometido ningún crimen en esta vida. Y no tengo por qué vivir una condena, no sin haber pecado primero.

1 comentarios:

taurincadman dijo...

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