viernes, 28 de enero de 2011

114 años... el triunfo del triunfalismo

El cine comienza con la primera proyección, al igual que las películas se terminan una vez que son estrenadas; si nadie las vio, no existen, aunque ya hayan demandado un trabajo y un costo enorme, nunca se puede dejar de lado el espectáculo. Así tenemos que el cine comenzó con aquella primera proyección de los Lunière en 1895, mientras que aquí, en nuestro querido monte, ocurrió que dos años después en el Teatro Baralt de Maracaibo se exhibieron dos cortos un 28 de enero. Alguien tuvo la idea, muchos años después, de colocar ése día como el Día del Cine Nacional, lo cual está muy bien, supongo que es parte del lenguaje oficial que lleva la cuenta de un montón de aniversarios (¡Dios, cómo se pondrá esto con otro Bicentenario de Bolívar!), pero, hay algo realmente molesto en decir que van 114 años de cine venezolano: una euforia del tipo que nos lleva a imaginar grandes éxitos. Creo que nuestra moneda no es lo único que sufre golpes inflacionarios, también nuestro ego, y de la misma manera nuestra conciencia nos es lo único devaluado aquí. Es el sentimiento de estar caminando sobre un puente muy endeble, que en cualquier momento podría ceder, pero sostener el orgullo de que resistirá por haber sido hecho por mano propia, de allí la analogía. Hay algo de el discurso mental de la dependencia que nos hace gritar: ¡También tenemos un cine que no es malo, hecho por nosotros! Estaba pensando en esto a propósito de la frase: "es buena la película, no parece venezolana".

Nuestra primera proyección contó con todas las de la ley: fue llevada a cabo por un empresario venezolano, en un teatro nacional, se cobró la entrada (en bolívares) y ambos cortos se realzaron en Venezuela sobre Venezuela (generalmente atribuidos a Manuel Trujillo Durán), al final que aquel 28 de enero indiscutiblemente nació el cine hecho por nosotros mismo. Tuvinos que esperar hasta 1916 para realizar nuestro primer largometraje de ficción (La Dama de las Cayenas o pasión y muerte de Margarita Gutiérrez de Enrique Zimmerman), los últimos años de los 20's para ver nacer las primeras productoras (Bolívar Films, fundada en 1940, debe de ser la productora más antigua que todavía se mantiene en pié), 1938 para escuchar nuestra primera cinta sonora (el corto Taboga y el largometraje El Rompimiento), 1965 para una cinta de ciencia ficción (EFPEUM de Mauricio Odremán Nieto), los 80's para ver récords de audiencia (Homicidio Culposo, de 1984, sigue siendo la película nacional más vista en salas de cine) y el 2010 para que todo el mundo lo considerara uno de los mejores años para nuestro cine, aún más que el 2008, año en que estrenamos la mayor cantidad de películas de nuestra historia (32 en total). Y este último juicio muy apalancado por lograr premios en festivales internacionales y por la cantidad de comentarios en redes sociales. ¿Entonces el asunto del resurgir de nuestro cine es una cuestión de visibilidad?

La idea de tener un cine nacional es tener un medio creativo que hable en nuestro propio idioma y muestre los tópicos de la manera en cómo nosotros nos contamos las historias, un medio de expresión que nos toque íntimamente por la manera muy personal en cómo está compuesto. Eso es lo importante. Más que tener que tener un cine por estar montados en el vagón de lo moderno. En este sentido pienso en el cine francés, cuya producción es mayoritariamente de consumo doméstico. Más importante que la catalogación geográfica, es la base del idioma; la Academia norteamericana premia sobre una base de las producciones angloparlantes, y esto puede no ser un aspecto despreciable. Quiero un cine hablado en mi propio idioma que me ofrezca una historia que nadie más pueda contar porque sencillamente ningún otro me puede ofrecer eso, para todo lo demás ya está bastante cubierta la oferta. Quiero películas que me hablen en español, y ni siquiera en español, sino en la variante del español que hablamos aquí (groserías incluidas). Y no es sólo un tema de lenguaje side de afinidad cultural y de representatividad.

Pero nuestro cine posee unas grandes barreras, no sólo materiales sino también a nivel del discurso, mucho más asfixiantes. Los costos de hacer una película aquí, que nuestro cine tenga un transfondo muy gubernamental, lo costoso y tortuoso que puede ser llegar a ser profesional del área, todo eso es sobrellevable. Lo terrible es qué se exige que se muestre en la pantalla. Pese a la tan cacareada democratización de los espacios queda mucho por hacer. De las películas nacionales que he visto, algunas me han parecido que tienen guines huecos (Habana Eva), que puedo decir este es un proceso de aprendizaje y somos todavía muy amateurs, pero el énfasis en las producciones dramáticas, del cual ya estoy arto, y el acento en un realismo social, más sacado de la paranoia por la seguridad tipo clase media, es agotador. Parece que somos tan buenos haciendo documentales que no queremos ni hacer el intento de no ser... ¿realistas? Hemos caído en un gran lugar común en torno a la temática del malandro, la delincuencia, del barrio visto desde los ojos de la urbanización... Sicario, Soy un Delincuente, Secuestro Express, Hermano, La Hora Cero, Las Caras del Diablo, me da ladilla nombrarlas todas. ¿Será que Venezuela son sólo atracos? Si es así no tengo que ir al cine, gracias, puedo comprar un Carabobeño. Y no se engañen hijos míos, el cine de ficción (que es casi todo el cine que vemos) por muy de la vida real que sea la temática, nunca es la realidad, porque alguien tuvo que recrearla para escribir el guión. Es hora de escuchar un llamado personal y expandirse hacia otras áreas. Hacer más películas como El Tinte de la Fama y Cheila. Una Casa Pa'Maita, por favor, por el amor a Dios y a todas las Vírgenes, santos, José Gregorios, María Leonzas, brujos, ánima en pena, espantos y Bolívars en los que tengamos devoción. Sirva este espacio no perdonar lo contrario.

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